"El uso tan feliz de lo obsceno en Copi forma parte también de este salirse fuera de la escena de la lengua. Ese uso siempre es magistral, sobre todo en Cachafaz. Su fuente no es la gauchesca, como se repitió, sino el sainete criollo, urbano y no rural, que también era teatro escrito en verso, como lo hizo Alberto Vaccarezza. Y en él está el sarcasmo de la tradición del teatro rioplatense que va del Centenario a los años treinta, incluyendo el de las figuras de la mujer (David Viñas menciona el límite femenino de esa serie en "la dramaturgia edificante de la Onrubia o la Storni", otra huella para seguir en Copi), que estalla en el vínculo homosexual entre Cachafaz y la Raulito, y su deriva hacia un grotesco antropofágico que se vuelve tragedia bárbara.
En el teatro de Copi los lazos filiales parecen retornar al momento previo al corte del cordón umbilical, como si en la vuelta a un estadio primitivo los hijos regresaran al vientre y no fueran concebidos sino devorados: las madres comen a sus hijos o quieren arruinarlos y los hijos preferirían matarlas. El tabú del incesto también es derribado y todos los seres están disponibles uno para el otro para ser fagocitados o penetrados, borrados o sodomizados, consumidos o intercambiados, para confundir sus identidades y ser siempre otra cosa y otra y otra".
Por Jorge Monteleone | Para LA NACION
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